En Facebook me he apuntao sin pensármelo a "Playas Limpias", un grupo con una finalidad más que loable. Apoyo firmemente su reivindicación de mantener ese lugar libre de suciedad. No hay más que ver lo abandonadas que están, llenas de arena de punta a cabo...
Pero si hay un paisaje que también merece protección y un grupo en feisbu (como mínimo) es la tasca. Esas tabernas con solera que adornan el casco antiguo de algunas ciudades. Y no me refiero a las modernizadas, aquellas que han traicionado su espíritu primitivo y se han reconvertido en bares de copas; sino a las que aún siguen oliendo a vinagre y que tienen en el mostradó la cuenta del último parroquiano que se aventuró por allí. Aquellas que, por incapacidad de sus dueños de adaptarse a los tiempos o fidelidad a una tradición, siguen exhibiendo una perdiz disecada en lo alto de un barril.
En mi ciudad natal, se las llama baches y antiguamente despachaban vino a granel. Era difícil ver una mujer por allá a no ser que fuera a llenar la botella de fino para el almuerzo de su marío. El número de mujeres era inversamente proporcional al de los bichos que campaban por sus suelos y estanterías.
Me estrené en el placer de hacer uso de estos locales ya de mayor, cuando me mudé de ciudad para trabajar. No entré por añoranza de ser lugar común de mi infancia, de la que no tengo añoranzas, sino por la emoción de cubrir una curiosidad que había tardado veinte años en desvelarse.
En una de esas, mientras atiendo a la conversación de mi acompañante noto el roce de algo delicadamente asqueroso que corría por la barra. Una cuca. ¡Arggg! (Estos bichos logran aquello que mi madre siempre ha perseguido en mi y nunca consiguió: una supresión de mi pensamiento y mi voluntad).
¿Entienden ahora cuando les digo que son espacios en peligro de extinción?