14 de diciembre de 2008

Qué alegría cuando me dijeron....


Ando que no quepo en mi, con conexión frágil a internet y todo (de nuevo) pero feliz. El viernes quedó desvelado algo que me ha mantenido en vilo durante algún tiempo.

Sé que la culpa es mía, que estos días de especulaciones, incertidumbres y presentimientos nada halagüeños podrían haberse evitado con una pregunta sincera y directa. Pero, entiéndanme, no parecía encontrar el momento adecuado para atreverme. Una tiene que mantener su imagen de persona responsable y formal.
En realidad, lo que me atenazaba no era la acción en sí, una ya ha superado los pudores de la adolescencia, sino una respuesta negativa que me sumara en un apocalipsis modesto. Este miedo no me llevó más que a tácticas de acercamiento fútiles y conversaciones triviales sobre los niños o el trabajo con la persona en cuestión.

Pero el viernes fue el momento, no podía esperar más. Amparada en una falsa prudencia, apenas lograba contener la impaciencia de preguntar a la profe de mi hija si... en la guardería los niños tienen vacaciones de navidad.

Se imaginan cuál fue la respuesta si les digo que tuve que hacer un esfuerzo titánico por mantener mi verticalidad y no mostrar mis destrezas acrobáticas en el rellano de la escuela.

Aún dudo entre escribir un artículo elogioso sin límites en los calificativos encomiásticos a tan sacrificada profesional, pasearle bajo palio o hacerle un regalito.
Creo que me decantaré por esto último.

Desautorizando a Benedetti




En estos días fríos y ociosos, es conveniente y hasta imprescindible

tener a mano una chimenea y una mantita a cuadros

que te arrope el corazoncito.

Breuil